[...] Pero como dirá aquel francés admirado
con el que me cruzaba, solitaria y por el camino nevado que conduce
al monolito de Ibañeta, ¡Qué valiente! (Que corageuse!) Y en
realidad sí, no porque no padezca los miedos de todos, porque tú
bien los conoces pero aquel mediodía me cansé verdaderamente, de
que todo de la ausencia de costumbre me intimidara e indignada
no me detuve ni tan siquiera en el Café Tippia, la terraza arbolada
sobre la Nive, donde Hervé y Carmen habían estado hablando de la
leyenda del diablo y la sombra que poseía, y de la cueva de Sara en
Iparralde, y seguí andando hasta el Portal de España, que crucé
para comprobar dónde comenzaba la carretera, que había que tomar
para dirigirse a la frontera con Navarra, y donde se separaba de la
que conducía a la Ruta de Napoleón por los collados en los que
según el monje Aymeric Picaud uno sentía que podía tocar el cielo
con sus manos. Decidiendo en ese preciso
instante que no pasaría ni un sólo minuto más en S-J-P-P, así que
de ahí, volví a dirigirme a la oficina de acogida de los peregrinos
y lo primero que le dije a Antonio, sin mencionar ni una sola palabra
de las amenazas que había vertido sobre ''Edouard'', es que había
cambiado de idea y que prefería pasar la noche en Valcarlos, a lo
que él sin poder dar crédito me dijo: <<Pero ¿te ves capaz
de llegar?>>.
- ¿Qué hora es?>> -le pregunté.
- Son cerca de las dos.
- Bien, entonces pongamos que salgo a las dos y está oscureciendo algo antes de las seis... y tú antes me explicaste que a Valcarlos sólo había doce kilómetros y que mañana podía pensar en quedarme allí... qué problema hay. Únicamente que me encuentre el albergue cerrado.
- No eso no.
- ¿Seguro?
Pero Antonio
también había entrado en suspicacia para ese punto. Y pudiendo
confirmarme que el albergue siempre se lo encuentra uno cerrado pero
porque existe una contraseña electrónica que cualquiera sabe... eso
no me lo dijo y la contraseña no me la dio o me dio la referencia de
dónde podía encontrarla. Prefirió quedarse conmigo y asegurarme
que él a las cuatro hacía una llamada de teléfono para que se
esperase por mi llegada. Así que educadamente le voy a dar las
gracias, y les voy a desear a todos un muy feliz año, agarrando mi
mochila sin más ceremonias, para salir pitando. Pero al alcanzar
los bancos del área de descanso que hay al lado del Portal de
España, pienso que es mejor cambiarme de ropa, y lo que me permite
la indignación que arrastro conmigo es quedarme en sujetador en
medio de la calle, costumbre que hace años murió para mí pero que
resucitaba justo en ese lugar, y arreando ponerme una camiseta de
manga corta y una sudadera que no tuviera problemas para quitarme. Y
prescindiendo de los gritos de <<¡Hala!>> que se
escucharon a mi espalda. Ya había perdido la botella dosificadora de
agua pero como en ese sentido iba más que bien provista en esta
ocasión, no me importó ni lo más mínimo y me eché a galopar
hacia adelante. Muy presionada, porque no las tenía todas conmigo. Y
como diría Bea, la psicóloga de la historia, estaba yo, únicamente,
experimentando la realidad con el nivel de conciencia del chakra
<<muladhara>>, y en palabras suyas: moviendo el culo y
pensado con el culo, como una jodida superviviente.
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